Todo político, como cualquier organismo vivo en su ecosistema, está incentivado y supeditado a unas reglas de supervivencia que no puede negar o infringir.
Desgraciadamente, para nosotros los gobernados, estas reglas nada tienen que ver con la ideología (en una partidocracia, aplican tanto a la izquierda como a la derecha), capacidad, honestidad, empatía, voluntad de ayuda a los ciudadanos o bondad del político.
El primer objetivo de todo político no es buscar votos para su partido; eso viene mucho más tarde. Lo primero es medrar y permanecer lo más alto posible en «la lista» del partido. Una lista que siempre es demasiado corta para todos los que buscan vivir de la política, por lo que la lucha en el ecosistema político es siempre descarnada y brutal.
Al político profesional se la traen al pairo el propio partido, sus votantes y por extensión el sano funcionamiento de la sociedad civil. Para él, lo que piden los votantes o las necesidades de la sociedad son como echar un vistazo de reojo a una película iraní subtitulada en húngaro mientras preparas la cena. Quizá se entera de que algo suena a lo lejos, pero sólo prestará atención una vez haya asegurado su puesto en las listas del partido. Sólo entonces prestará atención, y sólo en la medida que ayude en la maximización de votos como vía para alimentar la mafiosa organización en la que intenta sobrevivir.
En segundo lugar, una vez alcanzado el estatus de político profesional dentro del ecosistema de la partidocracia (no confundir con democracia), debe trabajar para aumentar la cantidad de «alimento disponible». Es decir, el político eficaz es aquel capaz de aumentar el número de votos que permita el crecimiento de su partido o su permanencia en el poder. El resto de las consideraciones —como sus ideales, los intereses de la mayoría de la población o del propio país— son sacrificables y meras excusas instrumentales en su objetivo.
Con ese único objetivo deberá seguir las siguientes reglas (lista no exhaustiva y en desarrollo) si no quiere perecer y ser expulsado sin piedad de «la lista»:
Regla nº 1: Traiciona
La cualidad más valorada en un político profesional —es decir, eficaz para los objetivos del partido— es su capacidad para traicionar sin límites.
Recordemos con Winston Churchill que el enemigo de todo político no es el partido de la oposición, sino sus propios compañeros del partido que compiten por un número de plazas limitadas siempre en escasez; «la lista». La cualidad básica de todo político que aspire a sobrevivir en el ecosistema del partido es ser capaz tanto de protegerse de sus depredadores, como ser capaz de traicionarlos en el momento oportuno.
La política profesional exige abandonar la empatía, las necesidades y el cuidado de los demás. Es decir, tratar a las personas como objetos instrumentales en lugar de como sujetos. Por mucho que la publicidad y mensaje oficial de todos los partidos sea el de «servicio público para ponerse al servicio de los demás», en realidad todo político profesional busca utilizar a sus votantes, a sus compañeros y a todo aquel en su entorno; aunque sea para usarlos como escalones, pisar sus cabezas y escalar.
Efectivamente, cuando se ha demostrado que un político ha sido capaz de traicionar sus propios ideales, los acuerdos con otros partidos, a sus propios compañeros o incluso a su propio partido y amigos; es cuando un político es más valorado.
Una vez comprobada la ausencia de ideales, así como la total ausencia de moralidad y empatía, el político traidor se convierte en el perfecto engranaje dentro de la maquinaria del partido. Controlado totalmente por éste a través de los trapos sucios y deudas que necesariamente ha generado para ascender, se ha transformado en una fría y cobarde herramienta que sólo responde a las órdenes e intereses del partido. Por encima de alianzas y amistades, por encima de intereses y lealtades; el político eficaz pondrá por delante de cualquier consideración el bien del partido como única manera de asegurar su propia supervivencia.
El corolario que se sigue es trivial: Es inútil intentar o pretender que los políticos en el poder sean buenas personas, capaces, inteligentes, honestos, con voluntad de ayudar a la sociedad o cualquier de las cualidades que los ciudadanos desearían de sus gobernantes. Estas cualidades son inútiles para sobrevivir y medrar en cualquier partido político, por lo que la Regla nº 1 se podría resumir como:
Cuanto más preparado, capaz, empático y honesto sea un político, menos puede ascender en la estructura del partido y cuanto antes será sacrificado o contenido.
Regla nº 2: Miente
El electorado no recuerda nada que se haya dicho o sucedido más allá de hace unos pocos días. Incluso si se muestran declaraciones en vídeo defendiendo una posición totalmente opuesta a la actual, el votante medio no le dará importancia y olvidará la contradicción a los pocos minutos.
Al político profesional no se le exige pues coherencia, dignidad, lealtad o siquiera respeto por la lógica más elemental. Sólo necesita repetir que la verdad es lo que está diciendo ahora mismo, independientemente de todo lo dicho y hecho con anterioridad al momento presente.
La mentira y el perjurio no tienen pues consecuencias para los políticos profesionales, por lo que no es necesario hacer distinción entre verdad y mentira en su comunicación con sus clientes/alimento: los potenciales votantes. (A esta esquizofrénica dinámica a la que nos hemos enfermizamente acostumbrado también se le conoce por «posverdad»).
Regla nº 3: Sé un hipócrita
El banco de votantes más numeroso —allí donde es más fácil capturar un mayor número de votos— no está entre los ciudadanos más ilustrados o con mayor capacidad crítica, sino en esa gran masa creciente que esquiva el esfuerzo de razonar siempre que es posible.
Así, el votante medio carece de los más mínimos conocimientos básicos de economía. Cualquier cosa que suene bien en su superficie y primera interpretación será considerada como cierta, por lo que no es necesario preocuparse por las consecuencias secundarias de medidas aparentemente bienintencionadas pero que al poco producen incluso más daño que el problema original que se intentaba aliviar.
Además, en una sociedad cada vez más emocional y menos crítica, no tiene sentido apelar a lo razonable y sensato si el objetivo es conseguir más votos. El perjuicio visible y evidente de medidas equivocadas siempre se pueden disfrazar como una carencia de intensidad suficiente de esas mismas medidas.
Por ejemplo, si fijar un precio máximo de los alquileres hace que los precios reales (incluyendo la economía sumergida que inevitablemente surge tras toda fijación de precios) sigan subiendo, la causa no será el sinsentido de fijar precios en los mercados; sino la falta de una regulación más dura y un mayor control por parte del Estado (lo que por otra parte acelerará exponencialmente el problema).
Podríamos así resumir la Regla nº 3 como:
En política no importan los resultados, importa publicitar las «buenas» intenciones.
Regla nº 4: No dejes en manos del populacho los asuntos importantes
La sanidad, las infraestructuras, la vivienda, la educación, la economía y las inversiones, entre otros, son temas «demasiado complejos e importantes» como para dejarlos en manos del populacho (uso del término despectivo intencionado) y el «peligroso» (pues revelaría la inutilidad de los políticos) libre mercado.
Si la mayoría de los votantes entendiera cómo funciona la economía y sus leyes básicas, los políticos no podrían proponer medidas estúpidas que suenan bien (como la fijación de precios o aranceles) pero acaban causando un mayor perjuicio a quienes pretende proteger.
Una vez iniciado el proceso de crecimiento de funciones del Estado y mayor dependencia generalizada hacia él, el número de votantes en cada nueva elección que necesite ayudas crecerá, por lo que el partido no sólo asegurará una mayor cantidad de votos, sino que acumulará cada vez más poder.
El objetivo es aumentar la masa de votantes que no encuentran una manera honrada de ganarse la vida, de tal manera que se genere una cada vez mayor dependencia del Estado.
Regla nº 5: Promete convertir deseos en derechos
En una sociedad cada vez más hedonista, corto-placista y alejada de la realidad económica (en la que no se puede disfrutar de algo sin haberlo producido antes), cuantos más deseos se conviertan en derechos, más poder se otorgará al Estado para que nos provea de aquello que deseamos.
Prometer convertir en derecho lo que a todos gustaría disfrutar es pues una manera rápida de conseguir cada vez más votantes. Votantes a los que no les interesa ni les preocupa cómo se conseguirá satisfacer a cada vez más personas con deseos y servicios que producirán cada vez menos personas. Los votantes piensan que ése es un problema que tienen que arreglar los políticos, según ellos mismos dicen. Por lo tanto, el problema no reside en la propia imposibilidad económica de generar riqueza y bienestar de la nada, sino en a qué político votar para satisfacer mis deseos.
Regla nº 6: Aumenta siempre la burocracia
Con la excusa de controlar posibles abusos, regular una actividad y proteger a los inocentes; el político eficaz propondrá siempre aumentar la burocracia como medida para mejorar cualquier problema. Según la Regla nº3 por la que las acciones se juzgan por sus intenciones y no por sus efectos reales, esto será encajado de buena gana por la población.
Pero la burocracia entorpece y desalienta cualquier iniciativa privada o individual. Se impedirá así que cada vez más gente pueda o siquiera intente buscarse la vida como buena y honradamente pueda, debido a las barreras burocráticas cada vez más altas. Esto generará a su vez un menor tejido empresarial y más paro, lo que empobrecerá a una parte de la población cada vez mayor.
Esto redundará en dirigir la sociedad, junto a los puntos arriba mencionados, hacia el objetivo de contar con cada vez más personas dependientes del Estado como única vía de supervivencia.
Regla nº 7:
[Work in progress]…