El socialista está en contra del libre mercado por muchas razones. Una es porque sus efectos no son visibles inmediatamente.
La riqueza creada en el libre intercambio económico sólo es visible cuando ha «cristalizado» en forma de dinero (reserva de valor ahorrado). Entonces es observable y se la asimila a la energía en el mundo físico por su capacidad de hacer cosas.
El socialista contempla esa energía (creada) acumulada como una injusticia contra los que no disponen de ella, y pretende redistribuirla a la fuerza para minimizar la desigualdad (que sí es evidente a primera vista) como si fuera la justicia más noble (ejerce así su «superioridad moral»).
El socialista obvia el paso más importante; el de que esa «energía» no es algo dado y constante (antes del comercio la riqueza total del planeta era 0), sino que siempre se puede crear más si se permite que las personas interactúen libre y respetuosamente.
El socialista es pues ciego a dos dimensiones fundamentales del hecho humano: 1) Los efectos no inmediatos y no visibles de las acciones económicas, y 2) la dimensión temporal necesaria (pensar en el futuro) para permitir que la libertad genere riqueza a lo largo del tiempo.