Mi simpatía o antipatía hacia socialistas o capitalistas nada tiene que ver con mi nivel de renta o patrimonio. Eso sería dar por correcta la falacia marxista de la «lucha de clases» por la que alguien pobre o sin recursos no puede —no «debería», según su propaganda— tener nunca una mentalidad capitalista.
Tampoco estoy a favor o en contra del capitalismo o del socialismo porque sus defensores sean más agradables o «buenas personas» que los otros. Algunos lo son, otros no. En este sentido, socialistas y capitalistas no son diferentes de otros grupos arbitrarios de personas.
Estoy a favor del capitalismo porque beneficia exponencialmente a la humanidad respetando la libertad individual.
Tampoco estoy en contra del socialismo porque los socialistas sean malas personas. Al contrario, la mayoría de las personas normales que conozco y se consideran a sí mismas socialistas tienen por lo general un gran corazón. (Desafortunadamente, esa mayoría de socialistas superficiales no se ha parado a pensar mucho en las consecuencias de sus «buenas intenciones», ni tampoco se han informado de lo que ha ocurrido históricamente siempre que se ha intentado llevar a la práctica esas buenas intenciones). No ocurre lo mismo con los «socialistas profesionales» que detentan cargos políticos de poder o pertenecen a la élite intelectual universitaria y cultural: Por lo general, éstos conocen perfectamente la imposibilidad de su utopía, mienten y actúan deliberadamente en contra de sus congéneres o están motivados directamente por la maldad.
En resumen, estoy en contra del socialismo por la simple y prosaica razón de que provoca un inevitable y generalizado declive en el nivel de vida de todos, es el mayor destructor de libertad y riqueza, y además es el mayor generador de sufrimiento, dolor, muerte e injusticia que la humanidad haya ideado jamás.