Socialismo, ¿Otra Vez?

En cada generación hay un selecto grupo de idiotas convencidos de que el fracaso del colectivismo se debió a que no lo dirigieron ellos.

Javier Pérez-Cepeda

¿Por qué el socialismo vuelve a ponerse de moda cíclicamente, especialmente entre los más jóvenes?

Según una reciente encuesta para The Economist, el 51% de los americanos entre 18 y 29 años tiene una visión positiva del socialismo, y más del 60% del profesorado de las universidades de Estados Unidos se considera afín a las ideas socialistas (una subida del 50% con respecto a 1990). La situación empeora entre los 23 y 38 años (los Millennials), con un 70% de intención de voto socialista.

A pesar de su error teórico y su consiguiente y sistemático fracaso empírico, la popularidad de la ideología socialista (en sus múltiples acepciones de progre, comunismo, marxismo, socialdemocracia de izquierdas, o el anglosajón y equívoco liberalismrenace con fuerza generación tras generación.

¿Por qué este aparente eterno retorno de las criminales ideas colectivistas?

Propongo, a modo de síntesis, cinco razones principales por las que creo que la ideología progre es tan atractiva y recurrente, seduciendo especialmente a los más jóvenes de cada nueva generación y perpetuando renovadamente su popularidad a pesar de sus repetidos, inevitables y terribles fracasos:

  1. La ideología progre es consistente con las creencias y emociones primitivas acerca de la economía que aprendemos durante nuestra niñez y heredamos de nuestra evolución biológica.
  2. La ideología progre utiliza el pensamiento intuitivo —en vez del crítico, racional y objetivo—, para entender e intentar dar solución a las injusticias y problemas sociales.
  3. La ideología progre está motivada explícitamente por las llamadas «buenas intenciones» e implícitamente por la envidia.
  4. Sesgo de status quo. Creer que la riqueza actual está dada y toda intervención con buenas intenciones sólo puede mejorar la situación actual.
  5. Falacia de comparación. El socialismo se compara con un ideal imaginario de perfección, no con sus terribles resultados reales.

I. Economía infantil

La ideología progre es consistente con las creencias y emociones primitivas acerca de la economía que aprendemos durante nuestra niñez y heredamos de nuestra evolución biológica

Nuestra niñez es una etapa vital en la que no hemos desarrollado aún un pensamiento racional y objetivo sobre las interacciones libres con los demás. Una familia equilibrada genera espontáneamente un entorno íntimo para sus vástagos con reglas diferentes a las del mundo adulto. Son unas reglas necesarias creadas con la intención de favorecer un crecimiento sano y seguro de los niños, que se aproximan a una especie de “micro-comunismo utópico» practicado dentro del núcleo familiar y que se mantienen durante su largo y frágil periodo de aprendizaje infantil. Durante esta etapa rigen una reglas muy diferentes a las del intercambio libre de productos y servicios propio de la vida adulta en sociedad. Es natural pues que, llegada la adolescencia y si no hay un aprendizaje consciente por parte del individuo, se tienda a proyectar y esperar que la reglas de aquel micro-mundo se extiendan y apliquen también fuera del ámbito familiar. El adolescente que no ha sido invitado a la reflexión encuentra que lo más parecido en ideología a aquel microcosmos infantil que está dejando atrás es el ideario progre.

Por otro lado, nuestra historia evolutiva como cazadores-recolectores construida durante decenas de miles de años para optimizar nuestras probabilidades de supervivencia, nos dirigió a formar grupos necesariamente reducidos (en torno a unas 150-200 personas como máximo) e independientes unos de otros que apenas interactuaban entre sí. En esas circunstancias, no había «masa crítica» para que las instituciones necesarias —órdenes emergentes inintencionados que requieren sistemas con un grado de complejidad mínimo— pudieran surgir y configurar una realidad económica observable y evidente. El trueque y una rudimentaria contabilidad de favores personales mutuos eran suficientes, pues instituciones (esos órdenes emergentes) más elaboradas como el dinero o el capital (consecuencia directa de la idea de propiedad privada, el derecho y la capacidad de ahorro) carecían de sentido en un entorno tribal sin complejidad suficiente.

Los epifenómenos sociales que emergen de la interacción de millones de seres humanos auto-organizándose libremente, son fenómenos muy nuevos en términos evolutivos, con los que nuestro cerebro de cazadores-recolectores no está habituado de manera intuitiva. Las ideas abstractas que han permitido el florecimiento de nuestra civilización occidental, —especialmente durante los últimos dos siglos; como el derecho, la idea de valor, el mercado, el capital, la libertad unida al respeto y la responsabilidad, o la propiedad privada—, no nos fueron necesarias hasta hace apenas unos instantes en términos evolutivos. Es decir, tenemos que aprenderlas culturalmente, no es algo espontáneo.


II. Pensamiento intuitivo

La ideología progre utiliza el pensamiento intuitivo —en vez del crítico, racional y objetivo—, para entender e intentar dar solución a los problemas sociales

El pensamiento o razonamiento intuitivo no requiere esfuerzo, funciona automáticamente entre las bambalinas de nuestro cerebro (herencia gratuita y automática de millones de años de evolución). Esta forma de razonar instantánea está en línea con la ausente voluntad de esfuerzo de las nuevas generaciones. Una inmensa mayoría —que también vota en las elecciones— prefieren, antes que abordar cualquier problema vía un argumento bien razonado, dar como respuesta un gracioso meme que lleve implícito un simple modelo explicativo del mundo (generalmente una cómoda falacia) que no les haga pensar demasiado.

Esto abre la puerta a todo tipo de falacias que se repiten y vuelven una y otra vez (como que subir el salario mínimo es bueno para los más desfavorecidos, sin impuestos no habría carreteras ni sanidad, si los precios del alquiler suben mucho hay que limitarlos por ley, etc.), como si cada nueva generación fuera incapaz de aprender de la evidencia empírica o leer Historia.

Esta simpleza e inmediatez en sus razonamientos, unido a una «moralidad superior» de sus objetivos (punto 3), facilita un sentimiento ciego de pertenencia al grupo y a sus reglas. Una emoción muy valorada y reconfortante psicológicamente para los adolescentes que, al estar construyendo todavía su autoestima y personalidad, buscan la aprobación social del grupo como vía de autoafirmación y crecimiento.


III. Las buenas intenciones y la envidia

La ideología progre está motivada explícitamente por las llamadas «buenas intenciones» e implícitamente por la envidia

El pensamiento socialista se considera moralmente superior, por lo que no respeta los valores, creencias, libertad y proyecto de vida del prójimo a no ser que estén en línea con su agenda de «buenas intenciones». Posicionarse públicamente contra la ideología progre se hace difícil, pues se interpreta (antes siquiera de tener la oportunidad de dar argumentos) como estar en contra del objetivo más loable, moral y superior posible: hacer y buscar el mayor bien para todos nuestros semejantes, especialmente para los que más sufren.

El fin justifica los medios. Al considerarse moralmente superior a otros sistemas de valores y paradigmas económicos, se siente legitimado para ejecutar e imponer, aunque sea mediante la violencia, cualquier medida considerada necesaria —incluyendo en última instancia la tortura, asesinato y exterminio de la oposición— con el fin de conseguir que se implanten sus «superiores e infinitamente deseables» objetivos.

Ignora y desprecia hechos y resultados (que nunca podrán ser los esperados), cuyo fracaso achaca siempre a factores externos o circunstancias ajenas a la propia ideología. Por ejemplo, el horror de la URSS Stalinista (o cualquiera de todos y cada uno de los lugares donde se implementó el socialismo) «no fue verdadero socialismo».

Aspira a una igualdad universal y absoluta, por lo que promueve un sentimiento de envidia y rencor por la excelencia y logros ajenos. El éxito de los demás se percibe como un ataque personal, un robo e injusticia intolerable mientras quede alguien (sobre todo uno mismo) que no disfrute de las consecuencias que otros han conseguido. Esta envidia provoca una desconfianza y resentimiento hacia las inevitables diferencias que existen entre las personas y sus modos de actuación en sociedad. La creencia subyacente es que si alguien es mejor o ha conseguido más que uno mismo, es porque ha robado, se ha aprovechado de alguna situación privilegiada, o directamente ha cometido injusticias contra otras personas para conseguir llegar allí. La hipótesis de un mayor talento, constancia y esfuerzo queda descartada por imposible, siendo tachada de facha o «falacia neoliberal» cualquier argumento que no incorpore la injusticia en algún punto.

Cree (peligrosamente como nos ha mostrado la Historia) que el único obstáculo para conseguir plegar la realidad a nuestros «legítimos deseos» de justicia es la oposición de alguien o algo (como por ejemplo la falacia de que existe una lucha de clases). Es decir, si no vivimos en un paraíso socialista es porque alguien o algo lo está impidiendo por pura maldad hacia la Humanidad. La posibilidad de que su utopía vaya en contra de la naturaleza del ser humano y de la realidad económica se descarta. Por lo tanto, cualquiera que manifieste no ser de izquierdas es pues considerado una «mala persona» (pues se asume capciosamente que está en contra de «las buenas intenciones», de mejorar el mundo y ayudar a los más necesitados), es por definición «el enemigo» y por tanto un obstáculo «a eliminar» para implantar dicho «necesario y justificado paraíso en la tierra».


IV. Sesgo de status quo

El progre, con su mirada miope y superficial hacia el fenómeno económico, considera que la riqueza actual está dada.

Sucede que, independientemente del nivel de riqueza alcanzado por una sociedad, el socialista entiende que su intervención —siempre con «las mejores intenciones»— sólo puede que mejorar las carencias e injusticias existentes.


V. Falacia de comparación

El socialismo siempre se compara con una situación idealizada perfecta, no con los resultados reales de su puesta en práctica. Esto permite recurrir a la excusa del «es que aquello (Cuba, Venezuela, China, URRS, RDA, Camboya, etc.) no fue verdadero comunismo/socialismo» cuando se aporta evidencia empírica sobre su sistemático y atroz fracaso.


Conclusión

Resulta perfectamente natural crecer de joven con una mentalidad progre. Yo mismo me consideré «de izquierdas y anticapitalista» durante la mayor parte de mi juventud, especialmente durante mi educación secundaria y universitaria (la historia de cómo «me caí del caballo camino a Damasco» la dejo para un futuro post).

Sin embargo, permanecer ciego a la evidencia empírica y no reconocer el terrible daño que «la ideología de las buenas intenciones» acaban siempre produciendo, más allá de la pereza por aprender Economía e Historia, sólo puede estar motivado por una estupidez supina o directamente por la maldad.

Cuando lo que separa la civilización de la barbarie es consultar en Google las consecuencias reales de intentar implantar el socialismo —algo que apenas ningún joven se toma la molestia de hacer desde su capitalista smartphone—, nos volvemos a hacer la pregunta, ¿estamos condenados a repetir la Historia una y otra vez, como Sísifo empujando la roca de los dioses por toda la eternidad?


(Nota: Una versión previa de este post fue publicado originalmente en El Club de los Viernes).

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