[Fragmento extraído de ‘Anales de Historia de la Humanidad’, en su edición de 2096]
La fiebre por las criptomonedas se acentuó especialmente a principios de la década de los años 2020. La pandemia de Covid-19 hizo estragos en muchos sectores de la economía, así que fueron muchos los que encontraron en el minado y la especulación de criptos su única posibilidad de sobrevivir a la desesperada.
Poco a poco se hizo evidente que resultaba más rentable dedicarse a minar o a la simple especulación, que a cualquier otra actividad económica productiva.
Así, la gente abandonaba poco a poco sus trabajos y destinaba sus ahorros a comprar más tarjetas gráficas para el minado o para especular. La súbita riqueza de los early adopters que se mostraba en la prensa y redes sociales atraía cada vez a más especuladores que a su vez descuidaban o abandonaban sus empresas y ocupaciones «normales» anteriores.
A principios del 2021 el minado ya consumía la energía de un país como Chile u Holanda. La recesión de finales de 2022 —resaca de la inflación que produjo la salvaje impresión de dinero durante la pandemia— llevó a gran parte de la población con recursos a dedicarse exclusivamente a minar y especular con cryptos. En los momentos más desenfrenados de la burbuja, se estima que la humanidad dedicaba más de 80% de toda la energía disponible al minado de criptomonedas. Ni si quiera las drogas, el tráfico de personas o de armas superaban en rentabilidad a la revalorización de las criptomonedas.
Empezó a escasear la comida. Incluso había escasez de drogas y alcohol. Se desatendió el cultivo de alimentos, pues granjeros y agricultores abandonaban su actividad para dedicarse a la exponencialmente rentable especulación y minado de cryptos. Lo mismo ocurrió con otros servicios como el transporte o incluso servicios básicos como la sanidad o la educación. Cada vez más funcionarios abandonaban sus puestos en la administración pública. Nadie quería hacer nada que no fuera invertir hasta el último céntimo disponible en cryptos de una u otra manera.
El endeudamiento creció incluso más que durante la anterior burbuja inmobiliaria de 2008, como si no hubieran aprendido nada. La gente ya no se hipotecaba para comprar casa o abrir un negocio, sino para comprar más tarjetas gráficas o especular apalancándose en la nueva crypto de moda.
La situación empezó a hacerse insostenible. Las hambrunas se generalizaron y prácticamente nadie podía viajar o siquiera comprar ropa: todas las actividades productivas se habían abandonado.
Todo el mundo creía ser multimillonario y paradójicamente ya no había nada real que comprar ni disfrutar con esa presunta riqueza.
En 2022 la inflación en productos y servicios reales se desbocó fuera del control de los Bancos Centrales. Tras más de una década con tipos negativos intentando inútilmente reactiva la economía real, dieron un giro de timón y empezaron a subir tipos violentamente. Buscaban conseguir el mismo efecto que Volcker tuvo con la inflación de los años 1970; pero esta vez no tuvieron éxito.
La violenta subida de tipos de interés provocó quiebras en cadena de las pocas empresas hiper-endeudadas y adictas a los tipos de interés bajos que quedaban funcionando. Así fue cómo la hiperinflación de 2024 terminó por destruir el poco tejido productivo que quedaba, y por mandar al paro a los pocos que aún se resistían a los cantos de sirena del minado y la especulación.
La sombra del Weimar de 1923 planeaba por medio mundo y la alta inflación pasó a ser hiperinflación. Cosas tan simples como poner gasolina o comprar una barra de pan empezaron a costar en cryptos el equivalente a miles de los antiguos euros o dólares prepandemia.
Toda una generación de presuntos multimillonarios empezó a pasar hambre. Pero se resistían; nadie quería dejar de minar o especular. Nadie quería renunciar al sueño que acariciaban con la punta de los dedos. Vivir como estrellas de cine millonarias en mansiones de lujo y con jet privado. Preferían mantener en sus famélicas mentes el espejismo de que todo el mundo podía ser millonario sin necesidad de que nadie produjese nada real.
En algún momento entre 2023 y 2024 (las crónicas no son claras en cuanto a la fecha), sin ninguna razón especial, el precio de las criptomonedas empezó a desplomarse. De repente, el panadero ya no aceptaba bitcoins por su barra de pan, ni siquiera dinero fiat como miles de dólares o euros en billetes.
Entonces se produjo un punto de inflexión irreversible: El panadero colgó un cartel en el que se podía leer que sólo intercambiaría barras de pan a cambio de una chaqueta de invierno.
De la misma manera, en la gasolinera pasó a intercambiarse un litro de gasolina por una docena de huevos. Empezaron a aparecer (y regresar) nuevas monedas de cambio y reserva de valor en sustitución a las cryptos y al antiguo dinero fiat: Munición para armas de fuego, «latunes» (latas de atún), oro, plata, barritas de proteínas, etc.
Con escasez de alimentos, sin empresas ni servicios, sin leyes ni agentes de la autoridad; la sociedad entró, alrededor de 2024-25, en lo que los políticos de entonces llamaron «una nueva normalidad después de la nueva normalidad». Los historiadores obviaron la pedantería de los políticos y posteriormente el periodo 2025-2035 fue bautizado como la Nueva Edad Media. Muchos fueron los que murieron a lo largo de aquella terrible década tras el crash de las cryptos. Muchos más de los que mató la pandemia de Coronavirus en 2020-22.
En esa Nueva Edad Media, los pocos que atesoraban armas se aliaron con los pocos que aún tenían o podía producir alimentos y comida, estableciendo una nueva era feudal. Los feudos fueron creciendo y estableciendo relaciones de intercambio económico real entre ellos. Unos se especializaron en alimentos, otros en ropa, etc. Se redescubrió y reconoció la solidez y estabilidad de la economía productiva. Poco a poco, una rudimentaria economía emergió de entre las cenizas que dejaron las cryptos. Tras infructuosos intentos con latunes o munición, se volvió finalmente al patrón oro como moneda de cambio y reserva de valor entre los más grandes señores feudales.
Por fin la gente dejó de morir de hambre y el mundo recobró un poco de su cordura perdida. Y quizá algo de esperanza.